miércoles, 18 de enero de 2012

"Doble moral" Parte I

ADIÓS MAMÁ.
- ¿Estás harta? ¿Qué haces aquí entonces? Eres igual que tu padre. Decía...no, mas bien, gritaba mi mamá mientras caminaba por mi obscuro y desordenado cuarto con el cigarrillo en la mano, con una expresión de rabia en la cara. No recuerdo con claridad aquel día, mi mente, afortunadamente para mi malhumorado corazón, había bloqueado aquel momento para no dejar que me siguiera torturando por las noches. Mi mente necesitaba descansar y al igual que mi madre, estaba harta de mi flagelo constante.
Ese día empezó como cualquier otro, eran vacaciones, así que despertaba tarde, despertaba inmediatamente con ganas de regresar a dormir, ya que recordaba al momento de abrir mis ojos que tenía que estudiar para pasar todas las materias reprobadas que tenía. Tenía dieciséis años en ese entonces, lo único que me importaba era como me veía en el espejo y como me veían los demás al pasar frente a ellos. La primer cosa que vi esa mañana fue ropa en el suelo, platos en el mueble de la televisión y maquillaje embarrado en el espejo de pie que estaba al lado del televisor, pero eso era algo normal para mi, mi vida era un desorden ¿Por qué mi cuarto tendría que ser diferente? Todo me causaba pereza, nada era digno de mi esfuerzo y yo, lo único que quería, era dormir, usar mi laptop y comer. No consideraba salir con amigos porque siempre estaba castigada, comer no lo hacía tanto ya que quería cuidar mi cuerpo, tenía un trasero grande y mucha comida se veía reflejada inmediatamente en él.  Mi mamá en su fallido intento de ser “madre” le puso control paternal a mi laptop, de ese que le ponen a los niños precoces de siete años, para que no vean pornografía. El mundo, de esa forma demostró que cualquier  cosa estúpida que una madre podía hacer, mi mamá lo podía hacer aún peor; no quería que socializara en la vida real y tampoco me dejaba hacerlo virtualmente.
El punto es que mi vida era lejos de ser feliz o funcional. Yo sólo quería divertirme y que mi mamá me dejara en paz. De lo poco que recuerdo ese día es que, mi laptop ya se había apagado, estaba aburrida, mi mamá quería obligarme a ir a un partido al día siguiente y tenía que estudiar. Bueno, la razón verdadera por la cual no quería ir, era porque odiaba el futbol y prefería irme a casa de alguna amiga a estar en un estadio lleno de idiotas gritando y aventándose cerveza, pero al parecer nadie entendía mi punto.
Yo sé que no era una Santa, a mis dieciséis años fumaba, tomaba y reprobaba mas de la mitad de las materias, pero a pesar de eso, no era una mala niña; era una niña tierna, insegura, que no era la mejor ni la peor, sólo era muy inmadura, una niña casi mujer queriendo un abrazo de su padre o de alguien. Lo que en verdad quería era un abrazo, no un lazo familiar, pero mi mamá era un hielo desafortunadamente, nada razonaba con ella y nada le conmovía, todo le parecía ridículo y  su opinión de los sentimientos es que eran signo de debilidad.
Yo era una adolescente sensible pero, ¿Qué adolescente no lo es?  Aunque no quisiera, todo me afectaba y estaba harta de mi misma, harta de todos, tomaba decisiones muy drásticas y mandar a todos al diablo cuando me trataban mal. Sabía ser muy tierna pero también muy fría si alguien me lastimaba y entre mas fuerte era mi dolor, mas indiferente mi actitud.
Mi mamá y yo peleábamos por todo. Pasábamos cinco días de una semana sin hablarnos. La mayoría del tiempo comía en mi cuarto sola; no tengo hermanos, ni papá. En realidad tampoco mamá, ella murió cuando tenía un año y medio por un tumor en la cabeza y mi papá decidió que sería mas sencillo si yo iba a vivir con su hermana (que es mi tía) y ahora dice ser mi mamá.
No es una historia trágica, mas bien, drástica. No reclamo nada pero me gustaría que a veces reconocieran que lo que he vivido no es fácil.
Después de pelear toda tu vida, te empiezas a estancar, empieza a darte exactamente lo mismo tu futuro. Eso es lo que me pasó a mí, estaba cansada de mi vida, realmente no la vivía, sólo la sobrevivía. Fue entonces cuando llegué a la conclusión de que si la vida no valía nada, ¿Qué perdería yéndome de casa? Podría encontrar algún día un hombre que me mantuviera, luego me divorciaría y recibiría la mitad de todo, no era algo tan malo. Muchas mujeres lo hacían en las películas y tenían éxito, yo no era nada fea, tampoco era estúpida y sabía como ganarme el corazón de las personas. Así que no le tenía miedo al futuro, creía que podía comerme al mundo, era una idiota.
Uno de mis buenos hábitos era ahorrar, ése y el vestirme bien, eran lo único bueno de mí. Tenía unos 1300 pesos ahorrados, dos cajetillas de cigarros de emergencia y una decisión tomada, me iría de casa y no planeaba regresar. Esa misma noche, un sábado catorce de enero a las siete pm, empecé a hacer una maleta.
Consideré por mucho tiempo, que podría hacer. La verdad es que no sabía hacer nada, sólo bailar como puta en las fiestas después de emborracharme y… claro, sabía bailar como puta.
Yo no quería bailar, pero tampoco tenía muchas opciones. No sé bien que fue lo que me motivó a irme por ese camino, pero si recuerdo que por donde vivía estaba lleno de esos lugares.
Empaqué en una pequeña maleta morada con olor a humedad, mi ropa interior, mis tenis más caros, mi vestido favorito, dos pares de tacones, dos jeans, un pants, una pijama, cinco playeras, dos vestidos, unas chanclas, la identificación de Mariana ( una compañera de clases), dos trajes de baño (No sé para qué) y una chamarra.
Luego agarré la bolsa mas grande que tenía y guardé mis mil trecientos pesos en un calcetín, metí mis cigarros, mi cepillo de dientes, mi pasta, un encendedor, mis cosméticos, crema para peinar, perfume, crema para el cuerpo y un folder con mis documentos mas importantes, porque claro que no planeaba dedicarme a eso siempre.
Escribí una nota que decía: “Lo siento mamá, quiero respirar, gracias por estos dieciséis años, sé feliz.
Me arreglé el cabello, me perfumé, me puse un abrigo. Tomé mis cosas, fui al elevador de mi edificio silenciosamente, dejé las cosas al pie de la puerta y fui con mi mamá a decirle que iba al estacionamiento a sacar un cuaderno del coche. Me vió y no me contestó. Caminé por la puerta considerando lo que estaba haciendo, pero, nada era peor que estar ahí, nada era peor que ser prisionera en mi propia casa.
Pedí el elevador con lágrimas corriendo por mis mejillas y pegué la nota de adiós en la puerta. Salí del edificio, el policía me preguntó si mi madre estaba enterada de mi salida, dije que si y me fui lo mas rápido que pude, para que mi mamá no pudiera alcanzarme si planeaba hacerlo. Tomé un taxi, con mi maleta y mi bolsa gigante, empecé a llorar como nunca. El taxista trataba de hacerme plática y no dejaba de preguntar si estaba bien. Era lógico que no estaba bien, era una niña de dieciséis años dejando su casa, así que no le contesté, no estaba de humor  para hacer nuevos amigos. Fui a un hotel barato, de color verde, que olía a sopa y tenía un árbol con adornos de navidad; era el que estaba mas cerca y no quería gastar mucho, así que pagué con la identificación de mi amiga por dos noches. Entré al cuarto, me acosté en la cama y sentí las rasposas cobijas. Dejé mis cosas, fui al pequeño y frío baño de mi cuarto, me arreglé un poco, me puse el abrigo y tomé otro taxi camino hacia el mejor club de por ahí que casualmente estaba a cinco minutos de mi casa.
Cuando llegué al club, todo mi cuerpo estaba temblando, sentía el sudor frío recorrer mi espalda dentro de mi abrigo negro, pero ya había decidido empezar una nueva vida y no había vuelta atrás. Cuando me bajé del taxi me cuestionaba al mismo tiempo que mis piernas se movían involuntariamente, si Dios estaría viéndome, preguntándose porque había decidido eso y tachando mi nombre de la lista de personas que serían perdonadas algún día. Yo no creía en Dios, pero en ese momento de verdad me preocupaba lo que él pensara. Así de perturbada me encontraba.
Sabía que estaba cometiendo un error, pero caminé hacia la puerta. El cadenero me vió de pies a cabeza, me dijo que pasara. Volteé hacia atrás con miedo de que alguien conocido me viera entrar y seguí caminando. Me recibió el gerente del lugar, bien vestido y con una cicatriz en la frente, manos largas y una mirada que en cierto modo, tranquilizaba. Le dije que venía al trabajo, a lo que contesto: “Has llegado en el momento perfecto”. Asentí.

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1 comentario:

  1. Muy bueno... Escribes muy bien, facil practico y se entiende perfecto, espero leerte un poco mas asi aprendo algo... Sigo leyendo ;)

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