jueves, 19 de enero de 2012

"Doble moral" IV

UNA PROFESIONAL.
Llegué a mi cuarto de hotel a las nueve de la noche, era domingo, así que no tendría que trabajar. Me tranquilizaba y me frustraba, porque recordaba que no tenía nada interesante que hacer mas que bailar por las noches. No era una vida divertida y tampoco era como en las películas; no te llenaban la ropa interior de billetes, las bailarinas no eran como hermanas, al contrario, todas se odiaban y el dinero lo gastabas en vestuario, hoteles y cosas que no te permitían tener una vida de buena calidad a la que estaba acostumbrada. Pero tal vez, era sólo el principio, aprendería a administrarme, manejaría mis horarios, podría estudiar al mismo tiempo, y dormir todo el domingo, que era mi día libre. La clave del éxito está en la paciencia y en la dedicación. Para cuando terminé de analizar todo esto, eran las doce de la noche y me quedé dormida.
-“Ya son las diez de la mañana señorita Mariana” el estúpido teléfono otra vez. Sentía que había dormido ni cinco minutos y todavía me quedaba todo un día de no hacer nada. Mis amigos estarían a esta hora mordiendo sus plumas, usando sus celulares e ignorando al profesor que les tocara a esa hora, ya que a las diez con treinta minutos, era el receso, y todos media hora antes, eran como animales de zoológico que no habían sido alimentados en una semana.
Me paré de la cama despeinada y con mal genio. Fui a bañarme, pero esta vez me aseguré antes de empezar, de que no hubieran insectos. Por suerte si había agua caliente, tomé un baño largo y empecé a cuestionarme que iba a hacer con mi día. Fue cuando decidí conseguir otro trabajo. No sabía hacer muchas cosas pero nada podría ser peor a lo que ya hacía. Salí de bañarme, me arreglé lo mejor que pude y tratando de verme lo mas adulta posible, me puse mis lentes para verme mas intelectual y fui a desayunar al café de la esquina para después ir a conseguir empleo.
Eran las siete de la noche. Había gastado setecientos pesos en taxi. Había ido a pedir trabajo de secretaria en mínimo diez lugares y ninguno me aceptó por mi poca experiencia. Fue todo un día tirado a la basura. Los tacones me mataban y tenía que seguir usándolos en mi trabajo nocturno. La vida independiente no era tan fácil como lo había pensado.
Fui directo al club y esta vez entré como si llevara toda mi vida ahí, el cadenero sabía mi nombre. Ya no sentía el sudor frío en la espalda, firmé en la hoja de entrada y fui a arreglarme con la “mami”. Ésta vez me esmeré un poco mas, me puse un sostén de encaje rojo, una tanga que hacía juego, un vestido negro que de pura suerte cubría la mitad de mi desnudo trasero y unos tacones rojos. Caminaba con tanta seguridad que es probable que muchas bailarinas que pudieron verme el sábado, llegando insegura y temerosa, no me hubieran reconocido al verme caminando por la alfombra negra con lunares rojos del club con tanta, caminando y viendo a todos aún mejor que ellas, con la actitud de toda una perra.
Una de las cosas buenas del club es que tenían estilistas y si hacías cita y llegabas temprano te peinaban. Yo no hice cita, pero era lunes y sólo habían tres mujeres conmigo. Fui con ellos y le prometí a Carlo que lo llevaría a hacerse un masaje conmigo cuando ganara mas dinero si me planchaba el cabello. Como todo buen gay, aceptó. También me maquilló y me veía cinco años mas grande. Ésa noche me di cuenta de lo bien que me podía ver cuando me lo proponía. Estaba empezando a hacerme una experta y sólo había trabajado una noche.
Pedí una ensalada de nuevo, tenía que cuidar mi cuerpo si iba a vivir de esto. Fui a buscar a Victoria pero no la encontré por ningún lugar. No había mucha gente en el club. Subí al tubo de ensayo, no había nadie, empecé a bailar todo lo que había aprendido el sábado y también le agregaba algo mío. Después de quince minutos de practicar ya podía dar las vueltas mas rápido y levantar una pierna, era mas fácil de lo que pensaba. Ponía mis manos atrás del tubo y bajaba sin caerme, dejaba que mis piernas y mi espalda hicieran todo el trabajo. Estuve ensayando así por una hora. De alguna forma ya me había memorizado todo, ya tenía una rutina y vaya que era buena.
A las diez de la noche habían como diez clientes. Subí al tubo, bailé las mismas canciones e hice la rutina que acababa de memorizar media hora atrás. Ésta vez nadie me pidió que me quitara la ropa, ésta vez sabía que hacer y como hacerlo.
Conseguí dos privados ésa noche. El primero con seis bailes y el segundo con cinco. 
El primero me invitó cinco copas, así que para el segundo privado yo ya estaba un poco ebria. Ésta vez no tuve tanta suerte. El primero era un mocoso de veinte años festejando su cumpleaños, no guardaba silencio ni un segundo. Hablaba de lo emocionado que estaba y de que iría a vivir a España con su abuela ¿Quién habla de su abuela en un man’s club? 
El segundo era un viejo cincuentón que no dejaba de reírse porque según él, uno de mis pechos era notablemente mas pequeño que el otro. Estúpido anciano. Esos pechos asimétricos según su mala concepción de magnitudes, fueron lo mejor que tuvo en su vida. Afortunadamente, yo ya estaba peda y un ruco caliente y pendejo no me causaba mucho conflicto, sólo trataba de imaginarme en otro lugar. Eran las dos y media de la mañana, estaba cobrando mi sueldo cuando pasó lo único que quería que pasara desde que desperté.

No hay comentarios:

Publicar un comentario